De Minotauros y Tiempos Difíciles.
Ensayo Prof. Ana Unhold (Registrado)
Dijo Jorge Luis Borges:" Sueños y símbolos e imágenes atraviesan el día, un desorden de mundos imaginarios confluyen sin cesar en el mundo"
Desperté y tal vez por aquello de que el artista no ve al mundo como los demás, apareció en mi mente la imagen del Minotauro, y por esos locos desvaríos de la imaginación, me sentí en su piel.
Cerré los ojos y era Asterión (el Minotauro de Borges), ese monstruo no tan monstruo que deambula en su propia casa, que es a la vez su prisión.
En estos tiempos difíciles en el mundo real, gracias a los embates de un virus y sus consecuencias, inquietos y en constante desasosiego buscamos explicaciones y salidas, intentamos elevarnos cuando nos sentimos oprimidos.
Para tratar de entender qué me pasaba, en ese estado intermedio de duermevela, recordé está historia de la literatura fantástica.
Así ubiqué al Minotauro en este universo caótico que pretendo no me desordene.
El Minotauro era un monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro. Era hijo de Pasifae, esposa del rey Minos de Creta y de un toro blanco enviado por Poseidón, dios del mar. Minos había ofendido gravemente a Poseidón, quien como venganza hizo que Pasifae se enamorase del animal.
Ello ocurrió, y para que pudieran aparearse, se dice que Dédalo construyó una vaca de madera. Fruto de dicha unión nació el Minotauro, un ser violento, mitad hombre, mitad toro, que se alimentaba de carne humana.
Esta bestia fue encerrada en un laberinto que construyó el arquitecto Dédalo. Un laberinto del que todo aquel que entraba, no salía.
Era devorado por el Minotauro con el que el rey Minos de Creta "tenía atemorizados a sus vecinos que todos los años le pagaban un tributo para que los dejara en paz".
Mientras el Minotauro vagaba por el laberinto del palacio de Creta, ocurrió una desgracia: Andrógeno, hijo del rey Minos, fue asesinado tras ganar una olimpíada y su padre declaró la guerra a Atenas, que acabó rindiéndose, entre otros males, por estar pasando por una peste.
La rendición tuvo un precio: entregar siete varones jóvenes y siete mujeres al temible laberinto. Y así lo hacía el rey de Atenas, Egeo. Su hijo Teseo se envalentonó y zarpó junto a otros trece jóvenes para Creta mientras su padre le pedía que, si lograba su propósito, alzara una vela blanca en su embarcación: de lo contrario, desplegaría una de color negro.
Aunque son muchas las versiones, según se relata en Mitos griegos, el príncipe de Atenas dio un paso al frente y se ofreció el primero para adentrarse en el laberinto. Estaba muy oscuro y no sabía qué camino tomar...cada paso conducía a una muerte segura. Pero el héroe recibió la ayuda de Ariadna, la hija del rey Minos enamorada del joven. Le dio un ovillo de hilo para saber por dónde regresar en caso de acabar con el Minotauro. "Teseo avanzó a tientas en la oscuridad".
Sin la cuerda, no habría tardado en perderse sin remedio en aquel laberinto de pasadizos sinuosos, De pronto sus dedos rozaron una mata de pelo áspero, después la curvatura huesuda de un cuerno. El Minotauro rugió junto a su oído y derribó a Teseo de un empujón. Lo pisoteó con sus pezuñas afiladas.
Le propinó un golpe que le obligó a soltar la cuerda. Pelearon a oscuras. El monstruo, mitad hombre, mitad toro, lo estrujó entre sus brazos peludos y lo azotó con su cola. Teseo lo agarró por los cuernos y los giró primero hacia un lado, después hacia el otro. Lo pateó, lo embistió, forcejeó con él y le clavó la espada de bronce. Finalmente, la bestia balbuceó y cayó muerta. La cuestión es que el valiente Teseo pudo salir sano y salvo de aquel laberinto. Ariadna se marchó con él. Pero no hubo final de vino y rosas. Dionisio, enamorado de Ariadna, la raptó y se la llevó a Lemnos, donde yació con ella y engendró a Toante, Estáfilo, Enopión y Parapeto. Y a Teseo se le olvidó cambiar la vela negra por la blanca, por lo que su padre, al ver desde la Acropólis la tela azabache, pensó que su hijo había sido devorado por el Minotauro, y se arrojó al vacío.
He aquí el relato mitológico para recordar y saber de qué hablamos.
Jorge Luis Borges, en su cuento, dice de Asterión, el Minotauro: "el hecho es que soy único, No me interesa lo que un hombre puede transmitir a otros hombres, como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura.
Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás ha retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos. Claro que no me faltan distracciones.
Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me busca.
Hay azoteas de las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos) Cada uno de nosotros es una figura mitológica. ¿Quién construyó el laberinto que nos aprisiona? ¿Para quién o quiénes lo hicieron? Porque éramos hombres libres que amenazábamos con nuestras ideas, con la resistencia a todo aquello que nos imponían.
Ese laberinto está hecho de interminables recovecos que son las formas de la violencia y la muerte. Pareciera que nada es para construir. Esas murallas reforzadas por continuas catástrofes que inventan quienes quieren dominarnos y perdernos. Sólo el hilo de Ariadna, educación, trabajo, fortalecimiento de nuestro interior, puede ayudarnos a encontrar el camino de salida. Por los años 80 y 90 surgió un virus que nos desorientó, ocasionó múltiples males y miles de muertes.
La "Peste rosa" se llamó primero, ya que se contagiaba involucrando la mitad inferior del Minotauro. Reforzó la discriminación sobre aquellos que tenían una elección sexual diferente de los cánones marcados por la historia, cultura y religiones. El HIV no ha disminuido su morbilidad, con cuidados y drogas adecuadas pudimos volver a disfrutar de la mitad inferior del cuerpo.
Y llega 2019 y los Minotauros petulantes nos llevamos el mundo por delante, avanzando en los laberintos de la inteligencia artificial y tecnologías de punta, mirando con desprecio desde las azoteas del primer mundo a los pobres en los campos aledaños. Un minúsculo virus, surgido de quién sabe qué lugar, ha avanzado, se multiplica, muta y mata millones de personas. Con tanta ferocidad como cuando el Minotauro devora cada tantos años a los jóvenes que le acercan como tributo. Ha anulado esta vez, la parte superior del Minotauro, nos ha dejado sin oxígeno, asfixiados, tuvimos que aislarnos hasta de los contactos más cercanos y afectuosos, por nocivos y amenazantes.
El mundo se nos ha limitado hasta alcanzar ribetes de locura, la soledad de nuestro laberinto pareciera que se abrevia, se reduce, se contrae y quedamos aislados detrás de un tapabocas.
Tan feroces nos creíamos y resultamos indefensos, perdidos, implorando temerosos. Nuestro mundo se redujo a un pequeño laberinto. En las muertes que nos ocurren a lo largo de la vida, y ahora en mayor cantidad, tenemos que dejar los cadáveres donde caen, así vamos reconociendo las galerías. Son y serán los mojones de nuestra existencia, de algunos nos enorgullecemos, de otros no tanto.
Así van quedando nuestros miedos, culpas, egoísmos, cada uno tiene su propio laberinto.
La humanidad tendrá que aprender a convivir con ellos, aceptar su presencia o hacer algo por modificarlos.
Esta pandemia nos ha puesto, en poco tiempo frente a tantos cadáveres en los recodos del laberinto. Algunos oscuros que nos hacen llorar y otros luminosos que nos conmueven. Nos ha puesto también frente a los temores ancestrales, el miedo a la soledad, a la locura, a la impotencia frente a lo desconocido, al sufrimiento, que no son más que el miedo a la Muerte.
Como el Minotauro confío, espero, corro, juego, duermo, imagino, y en último caso será el final como el del cuento que Borges inventó con su humor tan irónico e intelectual.
"...El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba un vestigio de sangre:
- ¿Lo creerás, Ariadna? - dijo Teseo
El Minotauro apenas se defendió. "